PENSANDO EN LA HABANA
¿LA MESA DE PAZ?[1]
Alejandro Alvarez Gallego
Aunque la mesa
se llame así, de paz, todos sabemos que es una forma simbólica de llamarla
porque en realidad del acuerdo al que se llegue no se puede esperar LA PAZ, con
mayúscula. Sin duda se conseguirá desactivar un conflicto grave que llevaba
años, pero esto no es toda la PAZ. No sólo porque quedan muchos otros actores
del conflicto sin desarmarse, sino porque en realidad la PAZ es un símbolo, es
una metáfora, ella no existe, en ninguna parte, no ha existido nunca. La guerra
es inherente a la sociedad. Estamos de acuerdo que acá hablamos de un tipo de
conflicto armado que no es cualquier conflicto social; los conflictos siempre
existirán, no desaparecerán nunca de la sociedad, aunque sirva pensar que sí.
Me parece que las FARC son un poco arrogantes porque en
sus gestos y en sus palabras insinúan que ellos son voceros de una voluntad
popular que creen monolítica.
En esa mesa
están pasando cosas importantes, pero allí no está toda la sociedad, ni puede
estarlo, ni va a estarlo, ni queremos estar todos. La mesa pasa por toda la
sociedad colombiana (eso pretende) pero toda la sociedad no pasa por la mesa,
no faltaba más. Afortunadamente hay muchos sectores que hemos logrado no
dejarnos atrapar por la lógica binaria en la que han vivido por tantos años
guerrilla y ejército. Por eso ahora no podemos esperar que en estos diálogos se
vayan a resolver todos los conflictos. Muchos sectores de la sociedad hemos
trabajado duro para elaborar nuestros propios conflictos tratando de
salir de las lógicas binarias, complejizándolos, dándoles muchos sentidos,
enriqueciéndolos, haciéndolos un proyecto de vida que no se empobrezca con el
blanco y negro, o el todo o nada, o la vida o la muerte. No esperamos ser
salvados por esa mesa, ni por nadie.
Lo anterior podría servir para poner en su justo lugar los
alcancen de ese proceso. Los habitantes de la noche de los que hablaba Nicolás
Buenaventura, somos todas esas personas que trabajamos por nuestros conflictos,
al margen de lo que ha pasado históricamente entre las FARC, los paramilitares,
el Estado… y todos los que allí han muerto; sé que son muchos, y sé que ésta
guerra ha afectado a mucha gente y a muchos sectores, y directa o indirectamente
han alterado nuestras vidas; pero no todos estamos allí, y si hemos sido
tocados de alguna manera, también hemos luchado para salir a pelear
por lo nuestro en otros escenarios.
Por esa razón la participación política es mucho más rica
que la que representan los dos actores de la
mesa: va mucho más allá de la democracia representativa y mucho más allá de
la democracia popular. Entre el individuo y el pueblo todavía hay muchos modos
de hacer política y hay muchos actores organizados de formas no reconocidas por
dichas democracias. Yo se que en la Habana están pujando por la hegemonía de
una u otra fuerza, y quizás, en el mejor de los casos, logren ceder un poco
cada uno para terminar introduciendo reformas: al régimen electoral, al sistema
de partidos, a las formas de participación ciudadana, hasta ahora instituidas
para gobernar los tres niveles territoriales y cada sector de la vida
económica, social y cultural. Eso han de lograrlo y esperamos que así sea.
Alternativas hay muchas y propuestas miles. Pero el resultado que más
desearíamos muchos de los que participamos en política con o sin permiso de la
institucionalidad, es que no pretendan abarcar todos los espacios de la vida;
que no lo copen todo, que no lo digan todo, que no pretendan inventar todo. Un
gran avance sería que reconozcan que las
gentes existe más allá del individuo y del pueblo, que nos dejen hacer
nuestra política, manejar nuestros conflictos sin legislarnos, sin
representarnos, sin diagnosticarnos, sin carnetizarnos, sin interpretarnos. En la
noche pasan muchas cosas que si le ponen el foco de las democracias que se
disputan allí, ya no se podrán desarrollar como los habitantes de la noche lo
han hecho durante tantas décadas. La noche siempre tiene que moverse,
cada vez que la luz la descubre.
La inclusión de todos en los esquemas de cualquier modelo
de democracia termina por reducir el espectro rico de la política no
institucionalizada. Las gentes se
inventan a sí mismas y se inventan en espacios donde no necesariamente son
individuos o pueblo. La denominación gentes
es una manera de llamarnos distinta a la de ciudadanos y a la de pueblo, que
tendría como propósito ser políticamente de otra manera. Una de las premisas
neoliberales es que ahora el estado debe gobernar menos para gobernar más. A
nosotros nos gusta la mitad de dicha premisa: gobernar menos. Las formas como
quieren ahora gobernarnos, por fuera del Estado, es peligrosa y eso tiene que
ver con el afán de regular todas las formas de participación.
Esperamos que en la Habana no traten de incluirnos a
todos en los nuevos formatos democráticos que resulten de la negociación;
formatos que por demás van a ayudarnos a avanzar muchísimo frente a lo que hoy
tenemos, pero que no tienen por qué abarcar todos los espacios de la política;
creo que hay que dejarle juego a las
gentes para que la recreen y sobre todo para que la puedan vivir sin que
sea atrapada por los cánones de las democracias históricamente hegemónicas.
A los actores de la Habana también les interesa mucho
ganar legitimidad para asegurar lo que audazmente algunos han llamado la
gobernanza. Digo audazmente porque este concepto ayuda mucho a flexibilizar el
ejercicio del poder y pone el acento en la gente, que no en las gentes; esto es, que quién quiere
gobernar a otros con legitimidad, debe ser aceptado por la mayoría, por lo
menos por la mayoría que responde las encuestas de opinión o vota en las
elecciones (que muchas veces, o casi siempre, son minorías); pero mas que la
simple aceptación, la gobernanza supone que el poder se delega y que la
sociedad civil organizada en sus múltiples facetas, comparte el ejercicio del
poder con el Estado y con las empresas privadas. Los actores de la Habana
aspiran gobernar el país. ¿Qué tanto pedazo de país logre las FARC disputarle
al Estado?, eso será interesante mirarlo, y creo que para muchos (no para los
del Ubérrrimo), esto será un avance histórico, pues correrá las fronteras de la
democracia. Pero el punto sugestivo de la idea de gobernanza es que allí no se
agota el problema de la participación política. La gobernanza destituye definitivamente
la idea de que el poder es del príncipe, idea sobre la cual cabalgó
luego del siglo XVII (cuando se comenzaron a poner en jaque las monarquías
tradicionales) la formación de los Estados modernos. Gobernanza supondría que
se reconoce que el poder está disperso, que no está localizado, que no se
posee, que se ejerce en múltiples espacios y de muchas maneras, que en él nos
constituimos, sin que nadie pretenda representarnos. A diferencia de las democracias,
incluso las más radicales, como la directa, la gobernanza no aspira gobernar a
nadie tomando decisiones que afecten a quienes no participan. Si los actores de la Habana quieren reformar
la política, sería interesante que le apuesten a la gobernanza, lo cual supone
que deben delegar mucho de su poder en las
gentes, así ellos se reserven espacios para ejercerlo también; además es
legítimo, pues el Estado y las FARC han puesto muchos muertos luchando por
ello; pero las gentes no tienen la
culpa, y en muchas ocasiones son las víctimas.
Que negocien en la
mesa el cese al fuego definitivo, a ver si podemos madurar nuestros
conflictos sin la amenaza de la muerte y podemos movilizarnos sin pedir permiso
por las calles que queramos. Cese al fuego, que la vida no cesa de
inventarse en medio de otros conflictos, más nuestros.
[1]
Este texto surgió de una conversación con Carlos Medina Gallego (profesor de la
Universidad Nacional) quién participa del equipo que acompaña los foros
temáticos que se han convocado desde la Mesa de Negociación de la Habana. Las
alusiones a los “habitantes de la noche” y la noción de” gobernanza” fueron
mencionados por el profesor Carlos a propósito de sus intervenciones en dichos
espacios.
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