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lunes, 3 de febrero de 2014

PENSANDO EN LA HABANA

PENSANDO EN LA HABANA
¿LA MESA DE PAZ?[1]
Alejandro Alvarez Gallego
Aunque la mesa se llame así, de paz, todos sabemos que es una forma simbólica de llamarla porque en realidad del acuerdo al que se llegue no se puede esperar LA PAZ, con mayúscula. Sin duda se conseguirá desactivar un conflicto grave que llevaba años, pero esto no es toda la PAZ. No sólo porque quedan muchos otros actores del conflicto sin desarmarse, sino porque en realidad la PAZ es un símbolo, es una metáfora, ella no existe, en ninguna parte, no ha existido nunca. La guerra es inherente a la sociedad. Estamos de acuerdo que acá hablamos de un tipo de conflicto armado que no es cualquier conflicto social; los conflictos siempre existirán, no desaparecerán nunca de la sociedad, aunque sirva pensar que sí.
Me parece que las FARC son un poco arrogantes porque en sus gestos y en sus palabras insinúan que ellos son voceros de una voluntad popular que creen monolítica.
En esa mesa están pasando cosas importantes, pero allí no está toda la sociedad, ni puede estarlo, ni va a estarlo, ni queremos estar todos. La mesa pasa por toda la sociedad colombiana (eso pretende) pero toda la sociedad no pasa por la mesa, no faltaba más. Afortunadamente hay muchos sectores que hemos logrado no dejarnos atrapar por la lógica binaria en la que han vivido por tantos años guerrilla y ejército. Por eso ahora no podemos esperar que en estos diálogos se vayan a resolver todos los conflictos. Muchos sectores de la sociedad hemos trabajado duro para elaborar nuestros propios conflictos tratando de salir de las lógicas binarias, complejizándolos, dándoles muchos sentidos, enriqueciéndolos, haciéndolos un proyecto de vida que no se empobrezca con el blanco y negro, o el todo o nada, o la vida o la muerte. No esperamos ser salvados por esa mesa, ni por nadie.
Lo anterior podría servir para poner en su justo lugar los alcancen de ese proceso. Los habitantes de la noche de los que hablaba Nicolás Buenaventura, somos todas esas personas que trabajamos por nuestros conflictos, al margen de lo que ha pasado históricamente entre las FARC, los paramilitares, el Estado… y todos los que allí han muerto; sé que son muchos, y sé que ésta guerra ha afectado a mucha gente y a muchos sectores, y directa o indirectamente han alterado nuestras vidas; pero no todos estamos allí, y si hemos sido tocados de alguna manera, también hemos luchado para salir a pelear por lo nuestro en otros escenarios.
Por esa razón la participación política es mucho más rica que la que representan los dos actores de la mesa: va mucho más allá de la democracia representativa y mucho más allá de la democracia popular. Entre el individuo y el pueblo todavía hay muchos modos de hacer política y hay muchos actores organizados de formas no reconocidas por dichas democracias. Yo se que en la Habana están pujando por la hegemonía de una u otra fuerza, y quizás, en el mejor de los casos, logren ceder un poco cada uno para terminar introduciendo reformas: al régimen electoral, al sistema de partidos, a las formas de participación ciudadana, hasta ahora instituidas para gobernar los tres niveles territoriales y cada sector de la vida económica, social y cultural. Eso han de lograrlo y esperamos que así sea. Alternativas hay muchas y propuestas miles. Pero el resultado que más desearíamos muchos de los que participamos en política con o sin permiso de la institucionalidad, es que no pretendan abarcar todos los espacios de la vida; que no lo copen todo, que no lo digan todo, que no pretendan inventar todo. Un gran avance sería que reconozcan que las gentes existe más allá del individuo y del pueblo, que nos dejen hacer nuestra política, manejar nuestros conflictos sin legislarnos, sin representarnos, sin diagnosticarnos, sin carnetizarnos, sin interpretarnos. En la noche pasan muchas cosas que si le ponen el foco de las democracias que se disputan allí, ya no se podrán desarrollar como los habitantes de la noche lo han hecho durante tantas décadas. La noche siempre tiene que moverse, cada vez que la luz la descubre.
La inclusión de todos en los esquemas de cualquier modelo de democracia termina por reducir el espectro rico de la política no institucionalizada. Las gentes se inventan a sí mismas y se inventan en espacios donde no necesariamente son individuos o pueblo. La denominación gentes es una manera de llamarnos distinta a la de ciudadanos y a la de pueblo, que tendría como propósito ser políticamente de otra manera. Una de las premisas neoliberales es que ahora el estado debe gobernar menos para gobernar más. A nosotros nos gusta la mitad de dicha premisa: gobernar menos. Las formas como quieren ahora gobernarnos, por fuera del Estado, es peligrosa y eso tiene que ver con el afán de regular todas las formas de participación.
Esperamos que en la Habana no traten de incluirnos a todos en los nuevos formatos democráticos que resulten de la negociación; formatos que por demás van a ayudarnos a avanzar muchísimo frente a lo que hoy tenemos, pero que no tienen por qué abarcar todos los espacios de la política; creo que hay que dejarle juego a las gentes para que la recreen y sobre todo para que la puedan vivir sin que sea atrapada por los cánones de las democracias históricamente hegemónicas.
A los actores de la Habana también les interesa mucho ganar legitimidad para asegurar lo que audazmente algunos han llamado la gobernanza. Digo audazmente porque este concepto ayuda mucho a flexibilizar el ejercicio del poder y pone el acento en la gente, que no en las gentes; esto es, que quién quiere gobernar a otros con legitimidad, debe ser aceptado por la mayoría, por lo menos por la mayoría que responde las encuestas de opinión o vota en las elecciones (que muchas veces, o casi siempre, son minorías); pero mas que la simple aceptación, la gobernanza supone que el poder se delega y que la sociedad civil organizada en sus múltiples facetas, comparte el ejercicio del poder con el Estado y con las empresas privadas. Los actores de la Habana aspiran gobernar el país. ¿Qué tanto pedazo de país logre las FARC disputarle al Estado?, eso será interesante mirarlo, y creo que para muchos (no para los del Ubérrrimo), esto será un avance histórico, pues correrá las fronteras de la democracia. Pero el punto sugestivo de la idea de gobernanza es que allí no se agota el problema de la participación política. La gobernanza destituye definitivamente la idea de que el poder es del príncipe, idea sobre la cual cabalgó luego del siglo XVII (cuando se comenzaron a poner en jaque las monarquías tradicionales) la formación de los Estados modernos. Gobernanza supondría que se reconoce que el poder está disperso, que no está localizado, que no se posee, que se ejerce en múltiples espacios y de muchas maneras, que en él nos constituimos, sin que nadie pretenda representarnos. A diferencia de las democracias, incluso las más radicales, como la directa, la gobernanza no aspira gobernar a nadie tomando decisiones que afecten a quienes no participan.  Si los actores de la Habana quieren reformar la política, sería interesante que le apuesten a la gobernanza, lo cual supone que deben delegar mucho de su poder en las gentes, así ellos se reserven espacios para ejercerlo también; además es legítimo, pues el Estado y las FARC han puesto muchos muertos luchando por ello; pero las gentes no tienen la culpa, y en muchas ocasiones son las víctimas.
Que negocien en la mesa el cese al fuego definitivo, a ver si podemos madurar nuestros conflictos sin la amenaza de la muerte y podemos movilizarnos sin pedir permiso por las calles que queramos. Cese al fuego, que la vida no cesa de inventarse en medio de otros conflictos, más nuestros.




[1] Este texto surgió de una conversación con Carlos Medina Gallego (profesor de la Universidad Nacional) quién participa del equipo que acompaña los foros temáticos que se han convocado desde la Mesa de Negociación de la Habana. Las alusiones a los “habitantes de la noche” y la noción de” gobernanza” fueron mencionados por el profesor Carlos a propósito de sus intervenciones en dichos espacios.



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