GÉNERO Y PEDAGOGÍA EN
LA ESCUELA
Alejandro Alvarez Gallego
Profesor Universidad Pedagógica Nacional
"... no se nace hombre,
las sociedades cuentan con sistemas
más o menos rígidamente
establecidos para hacer hombres a la fuerza.
Al ser la naturaleza insuficiente
para acometer tal empresa, las sociedades establecen pautas, rituales, pruebas,
sistemas de premios y castigos que incentivan la conducta agresiva y activa,
inhibiendo los comportamientos pasivos."
Juan Carlos Callirgos
La pregunta por el género es una
pregunta existencial y nos remite a nuestra interioridad, a nuestra
subjetividad.
Nuestra preocupación por la
escuela, la pedagogía y la formación de maestros, ¿tiene que ver algo con este
tema? ¿Cuanto de lo que nos angustia existencialmente en relación con el género
hay en la esucela? ¿En qué medida la escuela nos constituye como sujetos,
hombres o mujeres?.
Entonces será una pregunta
existencial la que le haremos a la escuela: ¿Cómo la escuela se relaciona con
nuestra subjetividad? ¿cómo las mujeres y los hombres han jugado un papel
distinto frente a la educación?.[1]
Con respecto a la educación
familiar es bastante obvio que la madre cuenta muchísimo en la crianza de los
hijos. En las sociedades occidentales capitalistas modernas siempre ha sido
así. Ahora bien, en otras sociedades ha sido distinto. Durante muchos siglos en
Europa (antes del capitalismo) las mamás no eran las que se encargaban de criar
sus hijos e hijas. La nobleza le entregaba sus bebes a las nodrizas, a las
criadas o a las llamadas Nanas, y las clases populares les dejaban libres para
que aprendieran de la vida misma.
Cuando se consolidaron las
sociedades industriales se hizo necesario organizar la familia nuclear moderna
(un papá, una mamá y sus hijos e hijas), esta que conocemos hoy, entre otras
cosas para que los niños y niñas no estuvieran sueltos y se disciplinaran desde
temprana edad. Ya el Estado, a través de la escuela, se encargaría de darle la
instrucción a los niños y niñas mayores de seis años. De esta manera las
mujeres madres de familia y luego las maestras quedarían encargadas de la
educación de los niños y niñas de la sociedad. Para esto hubo que generalizar
una idea que se incrustó en el corazón y las conciencias de toda la población:
que la mujer por ser quien biológicamente engendra y da a luz los hijos, debe
encargarse de su crianza y educación. Aunque no en todas las sociedades se
piensa igual, en la nuestra sí se instituyó esa creencia. De esta manera desde
hace mas o menos 300 años se ha asumido que las mamás y las maestras son
quienes responden por la infancia, por lo menos hasta los 11 o 12 años. Aunque
en el bachillerato también hay maestras mujeres, es a los hombres
principalmente a quienes se les encarga esta etapa de la educación. Por lo
general se piensa que como en el bachillerato ya hay que enseñar conocimientos
más científicos, entonces se le deja al hombre esta responsabilidad.
Es decir, la creencia es que las
mujeres se deben ocupar de los asuntos más relacionados con los valores morales
y que los hombres se ocupan de los conocimientos más científicos. Por esta
razón la mayoría del magisterio dedicado a las matemáticas y a las ciencias son
hombres. Todo esto se explica porque se cree que la función maternal habilita a
las mujeres para cumplir esos roles en la educación, diferentes a las de los
hombres, quienes se deberían ocupar, desde entonces, de los asuntos del Estado
y de proveer con su salario el hogar. Para eso debía salir a la calle, a la
vida pública, a enfrentarse con sus pares, a competir, a retarse, a pelear.
(¿Por eso la guerra es masculina?)
Pero el problema no es que haya
división de roles en la educación, el problema es que socialmente se piensa que
la crianza y la educación moral tiene lugar en un mundo privado y doméstico, el
cual se asocia con el mundo afectivo propio de las mujeres. Por el contrario la
educación científica se asocia con el mundo de lo público y de la razón, por
eso supuestamente es asunto de los hombres. Esto quiere decir que las mujeres
tienen un estatus más bajo, porque la vida pública y el mundo racional es
considerado de mayor importancia en el momento de tomar decisiones y de
organizar jerárquicamente la sociedad, la política, la economía, etc. Aunque se
diga que ese trabajo doméstico y la educación afectiva y moral de las nuevas
generaciones es de gran trascendencia para la sociedad, en la práctica quienes
asumen estos roles están en condiciones de inferioridad ante quienes enfrentan
el trabajo más público.
Pero todo esto ha venido
cambiando en los últimos años. Ya desde comienzos del siglo XX muchas mujeres
comenzaron a organizarse en el mundo entero para plantearle a la sociedad que
allí había un problema de injusticia y de inequidad. Estas mujeres comenzaron a
demostrarle al mundo que su función maternal no tenía por qué ligarlas
socialmente al trabajo doméstico y a la reproducción de los valores morales.
Desde entonces cada vez más se ha aceptado que esto puede ser asumido de igual
manera por mujeres y hombres y que es tan importante el mundo doméstico y
afectivo como el público y racional, donde pueden estar cualquiera de los dos
sexos, aunque sean distintos.
Todavía falta mucho en nuestro
contexto educativo para que esto sea así. La mayoría del magisterio es
femenino, sobre todo en los primeros años de escolaridad, y mientras más se va
ascendiendo los hombres van ocupando una mayor proporción. Esto es expresión
todavía de los viejos y cuestionados supuestos que estábamos mencionando atrás.
Pero además dichos supuestos tienen repercusión en la educación misma que se
imparte en las instituciones escolares. Allí por lo general se cree que las
niñas no son tan buenas para las matemáticas y en el bachillerato las jóvenes
son las que sacan notas más bajas (o pierden mas logros como se dice ahora) en
materias como la física o el álgebra. Todavía en el bachillerato, el trabajo en
mecánica y electrónica es para los hombres y el secretariado y comercio o la
educación infantil es para las mujeres (como en el caso de las normales). Allí
se reproduce esa idea de que el mundo sensible es femenino y la rudeza y la
razón es masculina. De hecho es así, pero más por la manera como nos han
educado que por un asunto natural. Podemos estar o no de acuerdo en que las
cosas cambien, pero en todo caso allí se evidencia una manera desigual de
relacionarnos hombres y mujeres, cuando ya casi nadie duda que unas y otros
tienen potencialmente las mismas capacidades y por lo tanto los mismos derechos
y deberes.
La mayoría de estas creencias
provienen justamente de la educación que recibimos en las escuelas y colegios.
En los textos escolares que allí se usan se valora muchísimo más al hombre que
a la mujer. Aunque muchas veces no se diga explícitamente esto; en la manera
como se ordena toda la información, e incluso las ilustraciones, se está
educando con unos valores sexistas. Veamos algunas cifras que publicó la UNICEF
y la Dirección Nacional para la equidad de la mujer en el libro denominado: “Sexismo y educación. Guía para la
producción de textos escolares no sexistas” (1999) : En los textos
escolares revisados se encontró que:
ü
En más de 10.000 personajes principales, 8.900 son hombres y
menos de 1.900 son mujeres.
ü
De los 226 personajes que aparecen en los juegos infantiles,
159 son niños y 67 niñas.
ü
De los 1.850 personajes que aparecen desempeñando trabajos
productivos en el ámbito público, sólo 143 son mujeres.
ü
De los 29 que aparecen trabajando en lo doméstico, 4 son
hombres y 25 son mujeres.
Estos datos son contundentes,
expresan una manera de ser de la sociedad, un modo de ser sexista, que separa
los roles y priva a unos y otras de las posibilidades de pensarse, saberse y
moverse en planos distintos.
Transformar estas prácticas y
estas concepciones es un asunto complejo, porque estamos hablando de
imaginarios que nos constituyen. La educación contribuye a reproducir estos
estereotipos sexistas, pero a su vez ella obedece a unos patrones culturales
que se han arraigado durante siglos y que están incrustados en nuestra piel,
hundidos en lo más profundo de nuestro inconciente, a tal punto que creemos que
ese es un asunto propio de la naturaleza.
Los cambios que se están
produciendo en ese sentido son resultado también de transformaciones culturales
que tocan esas milenarias creencias. Hoy ya suena un poco extraño cuando se
discrimina públicamente a una mujer frente a una tarea que antes era propia de
los hombres. A muy poca gente se le ocurriría hoy pensar que una mujer no está
en igualdad de condiciones para ejercer la política que un hombre, sin embargo
en Colombia más del 90% de los congresistas son hombres. Es decir, pensamos una
cosa, pero hacemos otra. Los hombres y las mujeres aún no somos capaces de
pensarnos distinto, por fuera de esas viejas tradiciones.
Es realmente insólito, a la luz
de lo que están planteando los diversos feminismos, que todavía tengan que
reclamar como una reivindicación su derecho a decidir sobre su cuerpo; viendolo
bien pareciera una exigencia para las sociedades esclavistas; pero
desafortunadamente aún es así.
Ahora bien, el problema del
género no tiene una sola cara. Lo que se está poniendo en cuestión hoy en día
es la identidad de los hombres y de las mujeres. La juventud contemporánea está
expresando de alguna manera estas tendencias en sus modos de ser y de pensar.
En nuestras escuelas y colegios es común encontrar personalidades anrdógenas,
rostros cada vez más indiferenciados: sus pelos, sus ropas, sus adornos, sus
maneras, sus formas de hablar y de relacionarse entre sí. Por lo general las
instituciones educativas no están preparadas para aceptarlo, por eso todavía
pelean con los piearcings, con los aretes, con los pelos largos, y sobre todo
con los modos de ser jóvenes, que con frecuencia transgreden los estereotipos
sexistas de nuestra cultura.
Lo que está cambiando hoy en día
es el modo de ser tradicionalmente hombres y mujeres. Sin embargo, cuando se
habla de género se considera que se trata de plantear las reivindicaciones de
las mujeres. Pero los argumentos feministas nos pueden servir para mirar esa
otra cara de la moneda.
Los hombres somos también el
producto de las relaciones sexistas que se construyeron en el occidente
moderno.
A los hombres se nos suele negar
el derecho a sentir, y la escuela refuerza eso a través de sus prácticas,
explícita e implícitamente. No se nos permite sentir como las mujeres, tal vez
por eso las consideramos seres extraños; pero tampoco podíamos acercarnos a los
hombres, entonces crecimos solos.
En la escuela el niño y el joven
son retados a ser los mejores entre los compañeros, a ser potentes, a ser
fuertes, triunfadores, de éxito, a no llorar, a no ser débiles, a no necesitar
del otro, a tener la razón, a ser sabios, a hablar de cosas trascendentales, a
servir de apoyo incondicional, a ser infalibles, a competir por las mujeres, a
ser el héroe y el mejor galán, en síntesis: reyes, guerreros sabios y amantes
perfectos.
Como muy pocos lo logran, la
mayoría quedan expuestos a verse a si mismos como seres frustrados. Esta
sensación se produce con mucha frecuencia en los colegios mixtos cuando sólo
uno de los pretendientes obtiene el sí de una niña. Nuestra primera frustración
se produce cuando perdemos el amor y la admiración de las mujeres, como si
ellas fueran un trofeo que muy pocos ganan.
En general los hombres debemos
dejar la amistad, la familia y los amigos para batirnos a duelo entre nosotros
en la batalla de la vida; fallar es carecer de valor, la peor afrenta para
"Un Hombre". La sociedad tiene muchas formas de hacernos hombres a la
fuerza, y gran parte de esos rituales se reproducen en la escuela: "Los
niños no lloran", esa es quizás la frase que simboliza dichos rituales. El
siguiente dato ilustra en parte esta situación: En la escuela quienes más se
exponen a los riesgos físicos son los niños; según el Ministerio de salud para
los niños entre 5 y 14 años la fractura de miembros es la primera causa de
hospitalización, mientras que para las niñas de este mismo grupo de edad es la
sexta causa.
¿Qué pasaría en la escuela si en
los recreos dos o mas niños pasaran mucho tiempo juntos, pero no jugando
futbol, ni compitiendo en el juego, sino juntos, mirándose a los ojos,
cogiéndose de la mano, abrazándose, compartiendo su diario íntimo, tal como lo
hacen las niñas?
A los hombres se nos impone un
enemigo para afirmarnos como tales. A diferencia de las mujeres, en esta
sociedad se sospecha de la identidad del hombre. Los hombres somos poco hombres
hasta que no probemos lo contrario; siempre se duda de nuestra virilidad y
tenemos que estar probándola incesantemente. No podemos temer a la oscuridad,
ni a los fantasmas, ni a las ratas, ni a la soledad. Las mujeres han sido
invisibilizadas en el poder, y los hombres en el dolor.
Hemos sido condenados a no poder
criar nuestros hijos. Al designarnos el mundo de lo público, ese prestigioso
mundo de la calle, se nos impidió estar en la casa con ellos, por esa razón les
somos ajenos y extraños; cuando lloran corren donde su madre y pasan por el
frente de nosotros sin reconocernos. De nuestros hijos varones sabemos muy
poco, porque dos hombres se retan, no se aman.
Después de la pubertad, por lo
general los hombres perdemos nuestros amigos, la gallada de amigos con la que
crecemos la dejamos cuando nos encontramos con una mujer; cuando despertamos
sexualmente huimos de nuestros amigos por miedo a que la sociedad ponga en duda
nuestra hombría.
La sexualidad nos fue reducida a
los genitales. Como la hombría se demuestra también cuando se posee una mujer,
creemos que eso significa penetrarlas, y olvidamos el encuentro sexual
inmensamente rico y diverso que hay más allá del coito.
También se nos ha negado el
placer de la vida doméstica. Es cierto que hay más mujeres desempleadas, hay
mas mujeres en edad de trabajar que no están dentro de la estructura de la
economía formal, pero también es cierto que un hombre desempleado en la casa es
objeto de burla, de desprestigio y carga con el estigma del fracaso. Por eso no
permanecemos en la casa, ni siquiera cuando perdemos el empleo y ese es un
costo más que se le agrega al drama de muchos hombres; además de ser
cuestionados por dejar de cumplir con el rol social que nos identifica, el de
proveedores, debemos continuar en la calle, porque el hogar no nos
pertenece.
Las estadísticas también hablan
de las consecuencias que produce esta sociedad sexista. Se nos ha expuesto a la
guerra, a tener que pelear por el poder; los hombres somos quienes llenamos las
cárceles, los que más morimos en accidentes, los que más consumimos drogas,
quizá por todo esto tenemos una esperanza de vida 7 años mas corta que la de
las mujeres. En Colombia somos el 80% de la población alcohólica, cuatro veces
más que las mujeres, el 93% de las víctimas por homicidio, el 81% de los
muertos por accidente, el 88% de los muertos violentamente, el 97% de los
suicidas....
Como complemento, el feminismo,
la más revolucionaria de las ideas del siglo XX, de alguna manera nos está
haciendo creer que somos los responsables de las atrocidades que occidente ha
cometido contra las mujeres. Una de las exigencias feministas es que los
hombres nos liberemos de aquello que nos constituye, para poder acceder a ese
mundo femenino que ha sido silenciado y que hoy emerge como supremo valor, por
encima de lo masculino, símbolo del poder, la razón y la violencia. Condenados
como asesinos, como responsables por la muerte, por haber borrado a la mujer,
haberla negado, haberla violado, haberla maltratado, los hombres nos
preguntamos hoy por nuestra identidad.
Ellas, al mirarse a sí mismas, se
descubren utilizadas, manipuladas, forzadas, y sin saberlo, nos condenan. Ellas
quedaron confinadas al hogar y nosotros a la calle, ellas a responder por la
casa y nosotros por el sustento. La sociedad valora más el trabajo de los
hombres, es cierto, y esto es injusto, pero también nos trata de autoritarios
porque llegamos a la casa sólo a gritar y castigar, ellas en cambio son
maternales, porque defienden a los hijos de sus castigos.
Es la historia la que nos está
dejando la identidad masculina sin piso: ya el trabajo bruto no es importante,
la fuerza no se necesita para transformar la naturaleza, la tecnología nos
desplaza de los oficios que eran patrimonio de los hombres. Ya las mujeres
trabajan, entonces no somos sus proveedores. Ya no necesitan de nosotros para
sentirse seguras, en fin. Parece que la historia nos hubiera acorralado.
Pero, ¿debemos dejar de ser
hombres?. ¿Es posible salirse de la lógica binaria de la dominación sin
quitarle fuerza a las denuncias? ¿Debemos desexualizar la condición humana?
Y ¿qué es ser hombre o mujer?. Si
ya sabemos que lo que habíamos sido hasta ahora eran estereotipos creados por
la cultura y en parte por la educación, ¿qué hacemos entonces?
¿Hay una naturaleza mujer y otra
hombre?
¿Es otro modelo de hombre y de
mujer el que está emergiendo? O definitivamente asistimos al derrumbe de todo
eso que antes se llamó hombre y mujer...
Hemos sido atrapados, ya lo
sabemos, pero también es cierto que no podemos ser de otra manera, por fuera de
cualquier atrapamiento. Aceptando esta condición de la cultura, el reto es
intentar ser femenino y masculino a la vez, jugar con estas dos posibles
maneras de vivir y de ver el mundo, desde lo más íntimo de nuestra existencia,
más allá de todo estereotipo sexista.
El mundo era más fácil de
comprender cuando los roles masculinos y femeninos estaban escritos y no habían
sido cuestionados, por fortuna ya no es así, pero entonces, ¿qué hacer ahora?
En todo caso lo que sí podemos
concluir es que un sexo no es víctima del otro, sino víctimas de esa
diferenciación que hizo la cultura occidental en un momento dado de la
historia; y dentro de esa historia la escuela ha sido un dispositivo
fundamental en la manera como se ha construido la idea de lo que es ser hombre
y mujer.
Una tarea urgente que tiene hoy
la escuela es averiguar cómo se dan esas relaciones de género para no permitir
que se reproduzcan dichos estereotipos que ya son inaceptables tanto para las
mujeres como para los hombres.
Ahora que podemos ser distintos
debemos aprovechar para que esos niños y niñas que aún no conocen lo prohibido,
puedan encontrar en la escuela la diversidad, y de esa manera, la libertad para
construir otro modo de ser humanos.
[1] Las notas que voy a exponer a continuación ponen el acento en la
pregunta por lo que significa ser hombre hoy. Si es una pregunta existencial es
porque nos toca a cada quién de modo particular. No podría pues hablar del tema
de otra manera.
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