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sábado, 8 de marzo de 2014

PROPUESTA PARA LA CREACIÓN DE UN PROGRAMA DE INVESTIGACIÓN: LA HISTORIA DE LOS SABERES ESCOLARES


PROPUESTA PARA LA CREACIÓN DE UN PROGRAMA DE INVESTIGACIÓN:
LA HISTORIA DE LOS SABERES ESCOLARES[1]


Alejandro Álvarez Gallego
Profesor Titular Universidad Pedagógica Nacional
Grupo de Historia de las Prácticas Pedagógicas


En la medida en que la comunidad de historiadores de la educación y la pedagogía ha ido madurando en el país, se van especializando los temas y se van perfilando campos específicos que han de permanecer y de jalonar reflexiones importantes a propósito de lo que nos preocupa: este presente incierto, política y pedagógicamente hablando.

La propuesta de crear un programa de investigación sobre la historia de los saberes escolares tiene un doble sentido. En primer lugar, profundizar y afinar los trabajo que se han venido haciendo sobre el tema y en segundo lugar ampliar el número de investigaciones hasta lograr consolidar un campo de conocimiento que pueda ser incluido en los programas de formación de maestros y en general en las reflexiones sobre la educación, la cultura, la ciencia y los saberes científicos y sociales.

Esta mesa de por sí nos sirve para realizar una primera tarea, necesaria para constituir el programa, y es la de comenzar a hacer un barrido sobre lo que se ha producido y se está produciendo sobre el tema, por lo menos en los últimos 10 años.

Reunirnos y reconocernos, discutir sobre los hallazgos que cada uno ha hecho, avanzar en reflexiones teóricas y discutir sobre las posibilidades y los alcances de una propuesta como esta, es la oportunidad que encontramos en este Congreso.

Hay que reconocer que en nuestro país no hemos avanzado suficientemente en el tema. Se han hecho trabajos dispersos y por lo general sin mucha continuidad. La idea de consolidar un programa de investigación permitiría justamente superar estos problemas.

El programa MANES ha ayudado a jalonar el campo, de él hemos aprendido mucho y se ha creado una pequeña comunidad en la que nos reconocemos. Ha servido también para conectarnos con otros colegas de España y América Latina. En este propósito han sido muy útiles la página Web, la revista Pedagógica Histórica, la Revista Interuniversitaria de Historia de la Educación en España y las revistas de las Sociedades de Historia de la Educación de México, Argentina y Brasil.

Pero sabemos que los trabajos sobre los manuales escolares, siendo muy importante en sí mismos, no son suficientes para dar cuenta de un campo más amplio que sería el de los saberes escolares.

Ahora bien, ¿por qué una historia de los saberes escolares?. Para responder esta pregunta seguramente necesitaremos un buen tiempo de discusiones, pero para efectos de alimentar el debate quisiera plantear algunos elementos generales retomando los aportes de algunos de nuestros trabajos y de otros investigadores que han avanzado en dicha reflexión.

Antes de presentar el marco de referencia básico desde donde se propone trabajar esta historia, rápidamente quiero plantear por qué el concepto de saberes escolares puede sernos útil para abarcar nuestros trabajos.

En el contexto anglo-sajón, como se verá enseguida, se habla de historia del currículo. Para ellos currículo es un concepto que se podría asimilar al de cultura escolar. En nuestro país el concepto de currículo hace alusión a la manera como la tecnología educativa organizó los planes de estudio desde la década del 60’. Aún en nuestros días cuando se habla de currículo nos referimos a una manera secuencial de organizar los contenidos y los objetivos de la enseñanza de las diferentes materias, en la educación básica y media y en la superior. Por supuesto esta es una visión muy restringida, y aunque la Ley 115 de 1994 lo definió en un sentido mucho más amplio e integral, en el lenguaje cotidiano todavía lo utilizamos como secuencias de materias y objetivos de enseñanza. Por esta razón considero que debemos descartar esta manera de denominar el programa de investigación propuesto. Sin embargo, cuando en otras latitudes se habla de historia del currículo, seguramente encontraremos trabajos muy útiles que aportarán a nuestro campo, como ya dijimos, en el sentido en que se entiende en el mundo Anglo-Sajón.  

El otro concepto afín al campo que estamos tratando de delimitar es el de disciplinas escolares. Muchos de nuestros trabajos y de los que se hacen en los demás países se refieren estrictamente a la historia de una u otra disciplina escolar. Allí queremos profundizar todo lo que más podamos y ojalá avancemos cubriendo el espectro completo de las disciplinas que han hecho presencia en la escuela en diferentes momentos históricos. Pero no todos los saberes que circulan por la escuela con el objeto de ser enseñados son en estricto sentido disciplinas. Si restringimos nuestro programa al concepto de disciplina, se nos quedarán por fuera otros saberes, como el arte, la ética, la educación cívica, la religión, las tecnologías, la democracia, e incluso la educación física (aunque para algunos esta sí es una disciplina) , por mencionar sólo los casos más representativos.

Si queremos ampliar el espectro de posibilidades para incluir saberes que desbordan las disciplinas, ¿Podríamos hablar de una historia de la cultura escolar?. Por supuesto qué sí, y de hecho creo que la historia de los saberes escolares está inscrita en ese campo más amplio. Pero corremos el riesgo de diluir el objeto de estudio, de manera que, concientes de que los saberes escolares hacen parte de la cultura escolar, considero que merece la pena indagar por las especificidades de los saberes, en particular, y profundizar en ellos, en sus dinámicas propias y en sus maneras de constituirse.

Entonces, ¿de qué se ocupa un programa de historia de los saberes escolares?

  • ¿De la historia del currículo?, sí, pero si lo entendemos al modo Anglo-sajón. También podemos hacer historia del currículo en el sentido restringido como lo entendemos acá, claro está, y será posible encontrar allí claves muy importantes para entender cómo se han configurado los saberes escolares.
  • ¿De la historia de las disciplinas?, sí, pero como parte de lo que será la historia de los saberes escolares.
  • ¿De la historia de la cultura escolar?, no en sentido estricto. Le aportamos a ese campo más amplio, pero no damos cuenta de muchos otros aspectos que sí abordan quienes trabajan allí.

Tendremos que hacer un esfuerzo teórico y metodológico grande, entonces, para definir lo que entendemos por saberes escolares. Pero esto no podemos hacerlo a priori. Aunque ya hay importantes teorizaciones en el país y fuera de él, que avanzan en este asunto, los avances concretos de nuestras investigaciones deberán darnos elementos para seguir trabajando en la construcción del concepto.



Avances para un marco de referencia sobre lo que significa hacer una historia de los saberes escolares

La escuela, sus planes de estudio, sus textos, sus rituales, sus normas, sus actores, su arquitectura, la distribución de sus espacios, sus tradiciones y en general toda su cultura, también construyen la realidad, no solo la reflejan. En ella intervienen las relaciones complejas que han construido las sociedades modernas. Está entretejida en medio de la comunidad, de la familia, la ciencia, los medios de comunicación, las viejas y las nuevas subjetividades. Pero esa cultura tiene a su vez una dinámica propia, tiende a ser autosuficiente, a bastarse a sí misma. Así lo insinúa Borre (1996) cuando dice que:

“(...) la escuela tiene su propio lenguaje, y en cierto modo se convierte en él. (…) El lenguaje y las expresiones que utilizan los libros de texto y la escuela sobre <<el mundo>> también abarcan (en todas las circunstancias), en el nivel más profundo, un texto (<<un discurso>>) sobre la propia escuela. Es exactamente como si todo aquello que proclama la escuela adquiera primero significado a la luz de su propia auto imagen (...)” (Borre, 1996:128).

Al respecto, y en el mismo sentido, Ossenbach (2000) llama la atención acerca de la necesidad de avanzar en una historia de la educación que permita comprender las dinámicas propias de la pedagogía y en particular de la escuela para poder establecer sus relaciones con las dinámicas políticas y sociales:

“Esta perspectiva de análisis requiere que el historiador penetre en el interior de la escuela, para observar sus contenidos y sus métodos de enseñanza. Se trata de estudiar la práctica pedagógica y cómo ésta se articula a determinadas intenciones políticas o sociales. Este campo de estudio, que empieza a abrirse camino en la investigación, resulta especialmente relevante para observar, a través de los valores transmitidos por la escuela, las tensiones que se producen en la época entre las tendencias democratizadoras y las nuevas formas de control social” (Ossenbach, et.al., 2000:7).

Partiendo de esta premisa, desde hace dos décadas se han realizado investigaciones en Europa, en Inglaterra y Estados Unidos y más recientemente en Latinoamérica —particularmente en Brasil, Argentina y México— que abordan en detalle la enseñanza, el currículo y los planes de estudio, en su relación con la cultura escolar. Es un campo de trabajo que a su vez proviene fundamentalmente de dos corrientes de pensamiento, la sajona y la francesa. Nos referimos a las investigaciones sobre el currículo escolar, para el caso sajón y sobre los saberes escolares, para el caso francés. Desde una perspectiva crítica, la investigación sobre el currículo en el mundo sajón tiene varias fuentes, entre ellas la de la sociolingüística, con Basil Bernstein, la del estructuralismo marxista, con Michael Appel y la mirada foucaultiana de Thomas S. Popkewitz. También desde una postura crítica los franceses han estudiado el papel de los saberes escolares en la constitución del dispositivo escolar como escenario donde el poder actúa. Allí han hecho aportes significativos Chevallard y Chervel. Siguiendo esta línea, también han hecho aportes importantes los españoles Larrosa, Álvarez Uría, Julia Varela y Antonio Viñao.

Ivor Goodson, desde la tradición sajona, ha profundizado en una historia del currículo y ha inspirado muchos de los trabajos que en España y América Latina están indagando por la forma como las disciplinas científicas hacen presencia en el currículo escolar.

Chervel, desde la tradición latina, prefiere hablar de los saberes escolares, e igualmente ha inspirado estudios históricos que dan cuenta de los procesos de institucionalización de sus contenidos y sus métodos.

Veamos lo que estas dos corrientes de pensamiento aportan al campo:

Chervel hizo un rastreo histórico del concepto disciplina en el entorno europeo y encontró que la voz latina se refiere a la instrucción que el alumno recibe del maestro, sin embargo considera que el uso generalizado del término se dio a finales del siglo XIX y que antes de expresar el significado que provenía del latín, la palabra disciplina estaba relacionada con el verbo disciplinar que en su momento era sinónimo de gimnasia intelectual. Esta fue una acepción que los mismos defensores del latín le dieron para justificar su enseñanza dado que para la época, con la influencia del positivismo, ya se estaba volviendo algo obsoleto e inútil. Las corrientes pedagógicas de la época planteaban que el propósito de la escuela no era inculcar conocimientos, sino:

“(…) disciplinar la inteligencia de los niños es el objetivo de una ciencia especial que recibe el nombre de pedagogía. (…) por este término de disciplina intelectual, de gimnasia de la mente, según la expresión consagrada, se entiende el desarrollo de la razón, de la capacidad de juicio, de la facultad de idear y combinar” (Chervel, 1991:61-62).

Tal acepción permanecería vigente en el lenguaje pedagógico hasta los años 20, cuando por fuerza de la costumbre terminó designando simplemente el listado de materias que se enseñaban cada año en la escuela, olvidando el propósito de formar la inteligencia, la razón y el espíritu más allá de los contenidos mismos. Hoy en día el término disciplina todavía alude al espacio delimitado de conceptos que diferencian un campo de saber de otro, enmarcándolo exclusivamente en el ámbito de los contenidos. El efecto de este olvido es que una disciplina cualquiera, entendida de esa manera, defenderá su existencia y legitimará su permanencia en la escuela o en el ámbito académico, tratando de mostrar su origen en un tiempo remoto y deduciendo de allí, no sólo una historia propia, sino unas leyes, una economía y una organización que se explicaría por sí misma. Sin embargo Chervel también reconoce que hoy, cuando se habla del verbo disciplinar, todavía se refiere al ejercicio de regulación a través de un método y de reglas precisas que organizan cualquier campo de la vida humana (Chervel, 1991:63).

Las consecuencias de este olvido todavía se extienden hacia la escuela y la pedagogía, y aquí es donde este planteamiento nos parece más interesante, pues una vez mistificada la existencia de una disciplina, su aparición o su permanencia en los planes de estudio se va a justificar desde afuera de su ámbito, desde la externalidad de su cultura y de su tradición intelectual. Una disciplina estaría o no en la escuela por el grado de legitimidad que tuviera en un momento histórico dado, por su vigencia como saber útil para la sociedad y se olvidaría por completo de la vida que hubiera tenido en el ámbito de la escuela. Eso habría pasado entonces con las disciplinas que se ocupaban del lenguaje, con las matemáticas, con la biología, con la geografía, la historia, en fin.

Si el criterio para definir los contenidos de las disciplinas que se enseñan depende de la legitimidad que tengan afuera, a la pedagogía no le quedaría más que su adecuación y simplificación para hacerlos asequibles a las edades de los estudiantes De allí que en muchos países la pedagogía sea asimilada a los métodos, como una especie de disciplina que se ocupa de la vulgarización del conocimiento y de lubricar los mecanismos para que la máquina de la escuela funcione.

Así, la pedagogía se ha reducido a una relación entre disciplinas y métodos. La historia de las ciencias daría cuenta de las disciplinas y la historia de la pedagogía se ocuparía de los métodos de enseñanza. Chervel propone una manera diferente de abordar la pedagogía, a través de la historia de los saberes escolares, donde tal escisión desaparecería. El autor reivindica la pedagogía como un saber mucho más complejo, donde el estudio del método no sería más que una parte del asunto; la pedagogía sería la que convierte la enseñanza en aprendizajes, pero la enseñanza en sí misma tendría que ver con la producción de los saberes escolares, esto es, con sus contenidos.

Si la escuela tiene simplemente que adaptar gradualmente los contenidos de las ciencias, jamás va a poder estar al día, de allí que la sociedad la critique como una institución retrógrada que no está en la frontera, de cara al conocimiento de punta. De igual manera, si su función es simplemente convertir la enseñanza en aprendizajes, la labor del maestro se vuelve rutinaria y poco importante para la cultura. Para superar tales críticas, quizás habría que ver la función de la escuela en otro lugar, como una institución cuya relación con el conocimiento está definida por sus propias necesidades, dotada del suficiente criterio para decidir acerca de lo que es necesario enseñar.

La historia de la pedagogía poco ha aportado a la comprensión del papel de la escuela en la producción y reproducción de la cultura, pues se ha ocupado de la historia de la escuela como institución, de la historia de las corrientes pedagógicas y de la historia de las políticas educativas, pero no ha profundizado en la historia de la enseñanza, no ha abordado suficientemente la historia de los saberes escolares, entendiéndolos como complejos procesos donde se ha producido un conocimiento que ha afectado el devenir de la sociedad y de las ciencias mismas.

Chervel propone entonces una línea de investigación que vale la pena considerar:

“Las disciplinas escolares que se han ido sucediendo en el curso de la historia de la enseñanza (...) constituyen en cada época un conjunto finito y de límites claramente definidos. Pero tanto su demarcación como su designación plantean problemas de diversa naturaleza, cuya solución solo podrá ser el resultado del estudio detallado de cada caso concreto… Sólo la consideración de la economía interna de estas enseñanzas permitiría dar respuesta a dichos interrogantes” (Chervel, 1991:71).

Chevallard (1991), también desde la tradición francesa, nos sugiere una hipótesis provocadora. Plantea que el saber enseñado establece una relación, no con la ciencia que supuestamente le provee de conocimientos, sino con lo que se dice de esa ciencia. Es decir, que el saber escolar no necesita de la ciencia en sí —por cuanto la escuela misma escoge el conocimiento que necesita enseñar y lo recicla a su manera— sino con la legitimidad que le pertenece. Es lo que él llama génesis mítica o filiaciones negociadas. Es decir, que para poder justificar la legitimidad de lo que se enseña en la escuela, se deben fingir filiaciones con la ciencia, a pesar de que la escuela sabe que allí se deforma y se reconfigura sin escrúpulos. Sabe entonces que la relación de la ciencia con la enseñanza en la escuela es una ficción, pero necesita de esa ficción para vivir, aún a costa de que se le valore como un conocimiento de segunda categoría. Esa es la negociación.

Desde la tradición anglosajona, Ivor Goodson hace una propuesta similar fundamentada en la concepción de currículo.

Es sabido que para los anglosajones el concepto de currículo desborda el limitado ámbito de los planes de estudio. Existe una perspectiva crítica que señala que:

“(…) el currículum como cualquier otra reproducción social es el ámbito donde se desarrollan todo tipo de movimientos, intereses y relaciones de dominación” (Definición de Raymond Williams, citado en: Goodson, 1991:7).

El aporte de Goodson en este caso está hecho más desde la sociología. Es una mirada más general sobre el papel histórico de los procesos curriculares, entendidos —lo recordamos de nuevo— como los procesos culturales y educativos que se suceden en la escuela. En ese sentido nos aporta la mirada sobre el poder, sobre las relaciones de poder que inciden en el funcionamiento del currículo y dentro de él, por supuesto, el comportamiento de las disciplinas escolares.

Para este autor el currículo es un escenario en el que los diferentes intereses en juego en la sociedad intervienen para definir lo que se enseña o no, y es allí donde se puede constatar de manera privilegiada el significado político de la escuela, pues lo que se discute en la configuración de un currículo son los objetivos mismos de la escolarización (Goodson, 1991:7).

De manera similar a lo que plantea Chervel, Goodson muestra cómo el currículo se presenta ante la sociedad como un ente con vida propia, ocultando las relaciones de poder que le subyacen. Solamente indagando en la historia de dichas relaciones se podrá entender el entramado político en el que se va configurando un determinado currículo, y esta descripción servirá para entender las prácticas contemporáneas de la escuela y evitar así aceptar como inmutable un determinado estado de cosas. Con este tipo de investigaciones se descubrirá que lo que hoy existe en materia del currículo es el resultado de un largo y continuo conflicto, en el cual están inmersos los intelectuales, maestros y diversos actores sociales. Si se revela el carácter de dicho conflicto se podrán tomar posiciones conscientes, sin ingenuidad, frente al funcionamiento y el control de la escuela y el aula (Goodson, 1991:8-13).

Retomando a Hobsbawn, Goodson ubica la historia del currículo como parte de la tarea por descifrar la manera como se inventa la tradición, esto es, las formas políticas como se produce y reproduce la sociedad (Goodson, 1991:15).

El desconocimiento de esta historia lleva a la mistificación del currículo y según el autor, esta es la forma como hoy en día puede actuar, en forma de ideología, la tendencia a buscar la eficiencia en el aula, individualizando cada caso, buscando las mejores prácticas, las mejores escuelas, con el propósito de orientar la opinión de los padres a la hora de escoger la institución donde educar a sus hijos (Goodson, 1991:16).

La historia del currículo conlleva una historia del conflicto político en el que las ideas y las tesis de los intelectuales se disputan el control hegemónico de la verdad. Sin la descripción de este conflicto, en el ámbito concreto de cada disciplina, de cada parcela del conocimiento, no es posible hacer teorías generales sobre la escolarización y el currículo. Esa es la condición sine qua non para poder tener buenas teorías que orienten la práctica escolar (Goodson, 1991:18).

Como resultado de sus investigaciones Goodson concluye que hay cuatro procesos característicos que determinan la configuración de un currículo en un momento determinado.

1. Invenciones: en un largo período de tiempo es posible identificar una serie de invenciones, esto es de ideas originales que introducen una novedad en el currículo. Ahora bien, no todas estas invenciones permanecen en el tiempo, aquellas que lo logran, alcanzan a despertar interés entre un colectivo de personas que inciden en las decisiones, pero por lo general, son aquellas que logran darle identidad intelectual y profesional a quienes intervienen de manera directa.

2. Las materias como coaliciones: una materia del currículo logra institucionalizarse cuando representa un consenso entre un grupo de intelectuales y agrupa diferentes ideas, dispersas y segmentadas. Cuando esas ideas están en disputa, generalmente se constituyen asociaciones de profesionales para defenderlas y mantenerlas o implantarlas en el currículo.

3. Establecimientos. Coalición en acción: la institucionalización de una materia en el currículo generalmente se logra de manera definitiva cuando se vuelve disciplina universitaria. Estudiar la estructura de las disciplinas universitarias ayuda a entender los intereses y las aspiraciones de los profesionales que las defienden como parte del currículo escolar.

4. Relaciones externas: otro factor determinante en la consolidación de una materia curricular son los intereses de otros públicos. Por lo general tienen que ver con intereses comerciales e industriales e inciden muy fuertemente en las retóricas de legitimación de un discurso u otro. Por más que los profesionales tengan credibilidad en una sociedad, esta no será suficiente por sí misma, pues depende del grado de credibilidad que alcancen en otros públicos donde actúan también empresarios, funcionarios, padres de familia, sindicatos, políticos, religiosos.

Para Goodson lo que determina la existencia de una materia y sus contenidos en el currículo, no es la valoración que el público haga de ella, como a la manera de una mercancía, sino las retóricas legitimadoras que inciden en esas decisiones. Desentrañar tales retóricas es lo que se debe proponer una historia del currículo, según Goodson. Son entonces las que explican cómo en un momento dado los profesores se sienten más o menos cómodos y llegan a aceptar como verdad una serie de contenidos que constituyen una materia de enseñanza. La pertenencia a una comunidad epistemológica tiene unos correlatos socioculturales que son los que legitiman o no una verdad. La historia del currículo será entonces una historia de énfasis y omisiones, atravesada por una historia del poder que las explica (Goodson, 1991:20-34).


Perspectivas y posibilidades

Con estos avances, que ya van a cumplir dos décadas de discusiones y problematizaciones, podríamos configurar el programa que proponemos, sabiendo que, como dijimos al comienzo, los trabajos que se hacen en el país se encuentran dispersos y son discontinuos. Para poder hablar de un campo de conocimiento hay que organizar programas de investigación que lo desarrollen. Con investigaciones en curso, como las que se desarrollan en diferentes ámbitos académicos, se podrán convocar todo tipo de encuentros, virtuales, impresos, o físicos, para socializar avances y consolidar el debate teórico. También hacemos un llamado a que insistamos en incluir en los planes de estudio de las Normales y de las Licenciaturas, y por qué no en otras carreras de ciencias, ciencias sociales y humanidades, los contenidos de lo que estamos encontrando.

Con este tipo de estudio estamos contribuyente a varias discusiones, muy contemporáneas, que tocan con varios asuntos de altísimo interés epistemológico y político. Algunos de ellos podrían ser:

  • La discusión sobre el estatuto intelectual del maestro. Este asunto es profundamente político, pues tiene que ver con la defensa de su autonomía como profesional, de la autonomía de la escuela y de los principios constitucionales de libertad de cátedra, libertad de enseñanza y libertad de investigación, hoy tan amenazadas por la sociedad de control que se está inventando el capitalismo pos-fordista. En Colombia la profesión docente ha sido golpeada duramente con el Estatuto (Decreto 1278 de 2002) que regula el oficio.
  • La discusión sobre la pedagogía y su estatuto teórico. En relación con el punto anterior, en la medida en que se muestre cómo los saberes escolares no son una simple didactización de las ciencias, se mostrará la riqueza conceptual de un campo de saber como la pedagogía y la necesidad de que un intelectual como el maestro la domine y la desarrolle.
  • La discusión epistemológica sobre la legitimidad de la ciencia hoy. La posmodernidad le ha planteado desafíos a la manera como se produce, se reproduce y circula el conocimiento llamado científico. Desde la pedagogía y desde la escuela se podrían encontrar pistas para avanzar en el debate sobre las narrativas no convencionales que se juegan en el terreno político la instauración de las verdades que ordenan el mundo.
  • La discusión sobre la pertinencia de la escuela. En la medida en que los escenarios educativos se han multiplicado, lo que se enseña en la escuela está cada vez más interceptado por múltiples formas de saber y de aprehender hoy el mundo. Los saberes escolares hoy tienen muy diferentes formas, lo que queda por definir es cómo la escuela se organiza de manera que pueda responder a tal versatilidad. Quizás allí podemos encontrar pistas para entender el fenómeno que es hoy tan visible sobre la violencia en la escuela. Los destiempos en que se encuentran las culturas juveniles y los modos de saber no convencionales con las formalidades modernas de la escuela, son talvez caldo de cultivo para algunas de las violencias que golpean la escuela.






Bibliografía citada


Borre Johnsen, Egil. (1996): Libros de texto en el calidoscopio. Estudio crítico de la literatura y la investigación sobre los textos escolares, Barcelona, Ediciones Pomares.

Chervel, André. (1991): “Historia de las disciplinas escolares. Reflexiones sobre un campo de investigación”, en: Revista de Educación, España, Historia del currículum (i); Ministerio de Educación y Ciencia, N° 295, Mayo-agosto.

Chevallard, Yves (1991): La transposición didáctica. Del saber sabio al saber enseñado, Buenos Aires, Aique.
Goodson, Ivor F. (1991): “La construcción social del currículum. Posibilidades y ámbitos de investigación de la Historia del Currículum”, en: Revista de Educación, Madrid, Centro de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, Nº 295, Mayo-Agosto, pp. 7-37.

Ossenbach, Gabriela. & Somoza, Miguel. (2000): Criterios para la interpretación de las reformas educativas latinoamericanas en la primera mitad del siglo XX, Madrid, MIMEO.

--------------------------------------------------------. (Editores). (2001): Los manuales escolares como fuente para la investigación de la Historia de la Educación en América Latina, Madrid, UNED.


Bibliografía general de referencia


Jones, R. (1993): “Las prácticas educativas y el saber científico”, en: Ball, S.J. (comp.). (1993): Foucault y la educación. Disciplinas y saber, Madrid, Ediciones Morata – Fundación Paideia. Pgs 81- 106

Porkewitz, Tomas S.. (1998): “La Producción de la Razón y el Poder: Historia del Curriculum y Tradiciones Intelectuales”, en: Aguirre Lora, María Esther (Coord.). (1998): Rostros históricos de la Educación. Miradas, estilos y recuerdos, Educación y Pedagogía, México, Centro de Estudios Sobre la Universidad de la UNAM; Fondo De Cultura Económica.

Viñao, Antonio (2006). “La historia de las disciplinas escolares”, en: Historia de la Educación. Revista Interuniversitaria. N° 25 – 2006. Salamanca. Ediciones Universidad de Salamanca. Pgs. 243 – 269






[1] Esta ponencia está basada en el trabajo de tesis doctoral sustentada y aprobada en la UNED – España en enero de 2008

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